La tecnología avanza a pasos agigantados y con ella, las posibilidades de manipulación digital. Los deepfakes, videos o audios alterados mediante inteligencia artificial (IA), están en el centro de un debate candente, sobre todo en lo que concierne en el mundo de la política.
Según el Foro Económico Mundial, su presencia en la red creció un 900% en solo un año, y plataformas como Sumsub reportan un incremento diez veces mayor en su detección.
Tal y como advirtió TechCrunch, estos avances no solo preocupan a los expertos en ciberseguridad, sino que también han captado la atención del público general. La desinformación se vuelve más sofisticada y difícil de detectar, con estudios revelando que apenas el 61% de las personas distinguen un rostro real de uno generado por IA.
El impacto se extiende más allá de las redes sociales, alcanzando esferas críticas como la política y la justicia. Encuestas recientes muestran que una gran mayoría de estadounidenses teme la propagación de información falsa, especialmente en períodos electorales. Y no es para menos; la IA ya se utiliza en tribunales para optimizar flujos de trabajo, pero ¿qué ocurre cuando se emplea para fines maliciosos?
Expertos advierten sobre el uso potencial de deepfakes en juicios, donde podrían fabricarse pruebas falsas. Esta amenaza no solo pone en riesgo la integridad de los procesos legales, sino que desafía los principios de justicia que rigen nuestras sociedades.
En este contexto, es vital educar y preparar a la población para identificar y rechazar estos engaños. La lucha contra los deepfakes es una carrera contra el tiempo, donde la conciencia y la tecnología deben ir de la mano para proteger la verdad y la democracia.