Fin del carnaval: Qué es el «miércoles de ceniza»

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“Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos”, Juan de la Encina. Apenas termina el martes de Carnaval, con sus excesos y desenfrenos, una cruz de ceniza en la frente del planeta marca el comienzo de la Cuaresma, que culminará en Semana Santa.

La celebración del ‘Miércoles de Ceniza’ marca el comienzo de la Cuaresma, período de 40 días que se prolonga hasta la víspera del domingo de Resurrección, en la cual el cristianismo católico realiza periodos de ayuno y penitencia en memoria a los 40 días que pasó Jesús en el desierto.

El Día de cenizas o miércoles de cenizas es una celebración litúrgica católica apostólica romana, en la cual los fieles son compelidos a realizar un día de ayuno, abstinencia, oración y confesión.

Este año, cae en febrero 22, ya que es un día “movible” (se establece en acuerdo a la fecha de la celebración pascual).

Tradicional imposición de polvo de ceniza a los fieles durante la misa.

Tradicional imposición de polvo de ceniza a los fieles durante la misa.

En ‘cenizas’ se realiza la tradicional imposición de polvo de ceniza a los fieles durante la misa, como símbolo de arrepentimiento por los excesos cometidos en el año, pero especialmente por el desenfreno de Carnaval. Los polvos se elaboran a partir de la quema de ramas de olivo del Domingo de Ramos del año anterior, siendo luego bendecidas. Son colocadas sobre la frente de los fieles, haciendo la señal de la cruz. La ceniza representa también la destrucción de los errores del año anterior, por cuanto “son quemados”.

En la página Catholic.net hallamos una sucinta explicación del ceniciento símbolo y adyacencias, mixtura de tradición judeo cristiana y paganismo: “El miércoles de ceniza se inicia la Cuaresma, la cual termina el jueves santo, y después continúa con la celebración del Triduo Pascual formado por el viernes santo, el sábado santo y el Domingo de Resurrección. Son cuarenta días en que acompañamos a Jesús en el recorrido hacia su Pasión, Muerte y Resurrección”.

40, un número con fuerte simbolismo

Cuarenta es un número simbólico que alude a los 40 días y 40 noches que pasó Jesús en el desierto antes de iniciar su vida pública. Así como los cuarenta días que pasó Moisés en el Sinaí, los cuarenta años del pueblo judío en busca de la tierra prometida. Y se podría añadir, a las cuarenta horas desde la muerte de Jesús en la cruz hasta el amanecer del Domingo de Resurrección (profetizadas por Jonás en el episodio antiguo testamentario que lo retrata por 40 días en el vientre de un cetáceo y descriptas en el libro que porta su mismo nombre).

Las cenizas que se utilizan el día de hoy, se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior, lo cual nos recuerda que lo que fue signo de triunfo pronto se reduce a nada.

Antiguamente, al imponer la ceniza se decía: “recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”, palabras tomadas de Génesis (Gen 3;19), recordándonos como dice el mismo primer libro del Pentateuco, que Dios formó al hombre del polvo de la tierra.

Se trata de un mensaje que visualiza lo transitorio de la vida e inducía a contemplar la propia fragilidad. Apela a restar importancia a las cosas materiales de esta vida, y a reflexionar en lo fundamental, que es la preparación para la vida eterna.

La fuente citada previamente advierte, “aunque desde luego, todo esto es muy importante, es necesario que dejemos de ver el miércoles de ceniza y en general, la Cuaresma como algo negativo: arrepentimiento, muerte, regreso al pasado y verlo como un signo positivo, un renovar y recorrer junto a Jesús el camino, hasta llegar a la Pascua de Resurrección, que es el triunfo sobre la muerte, la alegría de la vida eterna”.

A propósito de tal revisión del significado y su sacralización, el Concilio Vaticano II propuso cambiar el texto y la idea anterior y sustituirlo por el primer mensaje de Jesús: “Conviértete y cree en el evangelio” (Mr. 1;1,15)

La ceniza es un signo de arrepentimiento, de penitencia, pero sobre todo de conversión. Es el inicio del camino de la Cuaresma, para acompañar a Jesús desde su desierto hasta el día de su triunfo sobre la muerte que es el Domingo de Resurrección.

Como vemos, la ceniza no es un rito mágico, no quita los pecados, para ello, el catolicismo prevé el Sacramento de la Reconciliación.

La celebración de cenizas es purgativa de los excesos del Carnaval y conforme a ello propone un tiempo de reflexión de la vida, conferir destino a los pasos, y reformular el comportamiento con todos los seres que nos rodean a fin de ser uno, con ellos.

En esta última premisa se trasluce cuánto el catolicismo ha hecho una aleación atómica entre lo teologal y lo terrenal; conjuga la doctrina judeocristiana con las prácticas y cosmovisiones de todo pueblo que ha culturizado y/o deculturado como brazo filosófico teológico de la colonización, a fin de establecerse y perdurar.

“Roma no cambia”, dice el saber popular, y esta vez no se ha equivocado.

“De costumbre es el consejo que todos hoy nos hartemos, que mañana moriremos”, finalizaba su canto Juan de la Encina en los albores del oscurantismo, tan vigente en el Siglo XXI, que aún tiñe de cenizas los tiempos y las vidas.