Nicolás Maduro explora en lo religioso buscando solución a la crisis de liderazgo

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En cualquier hogar venezolano detrás de la puerta de entrada se consigue una cruz de palma bendita, en alguna esquina una vela encendida para las ánimas, tres plantas de sábila (aloe vera) para que proteja la casa, se va a misa en la iglesia todos los domingos y la abuela reza el rosario antes de dormir. Misioneros de distintas iglesias evangélicas que deambulaban en los barrios los sábados en la mañana tocando las puertas de las casas para dar sus mensajes, en la mayoría de los casos los escuchaban, independientemente de la religión que profesen en la casa. En Venezuela la religión nunca ha sido un problema, al menos de manera general, iglesias protestantes, evangélicas y católicas se encontraban en los mismos barrios. Para el 2020 la mayoría del pueblo venezolano se reconoce como católico, siendo el 63,6%, por su parte las iglesias cristianas – evangélicas (Evangélico, Adventista, Testigo de Jehová, Mormón) representan el 23,1%, esta distribución de la población evidencia la marcada presencia del factor religioso en la población (más del 80%), pero no se trata la fe, más bien se trata de ubicar las instituciones influyentes y calcular el peso social que tienen.

La relación entre el gobierno venezolano y las iglesias han tenido momentos de tensión, incluso con acciones de enfrentamiento, no solo ha sucedido en el gobierno de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, viene de larga data. Ya en 1827 el gobierno de Cipriano Castro realizó la primera expulsión de judíos en América, teniéndose que refugiar en la isla holandesa de Curazao.

A mediados del siglo XX se produce un conflicto entre la junta de gobierno de 1945, presidida por Rómulo Betancourt, fundador de Acción Democrática y “padre” de la democracia ‘puntofijista’ y la jerarquía de la Iglesia Católica. Durante su gobierno se sancionaron decretos que menospreciaban la educación religiosa, redujo el financiamiento a varias congregaciones católicas incluso se rechazan el ingreso a las universidades públicas a los bachilleres provenientes de algunos colegios católicos.

Este conflicto fue escalando hasta el punto que el gobierno de Betancourt intentó crea una división de la iglesia dentro de otra asociación grupal pero el golpe de Estado del 48 cortó este plan. Chávez no hizo menos, muy por el contrario, avivó las llamas del conflicto con la iglesia católica y abrió el compás para la participación de otras iglesias del mundo cristiano.

La posición de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) siempre fue de enfrentamiento al gobierno chavista, los motivos eran varios, entre ellos y quizá el más importante es la significativa reducción del financiamiento y la distribución de ese apoyo monetario para otras iglesias. A pesar de Venezuela definirse como un Estado laico el privilegiado apoyo a la iglesia católica data de 1963 cuando se firma el Concordato (Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado) para financiar la institucionalidad y acoger fechas religiosas como fiestas nacionales.

Volviendo a Chávez, a pesar de declararse abiertamente cristiano y practicante, fue corrosivo en los cuestionamientos al comportamiento de la jerarquía católica y procuró acercamiento a la Teología de la Liberación y a iglesias que estuvieran abiertas a comprender de forma distinta su “revolución”. Esta tensión escaló y generó intensos intercambios de opiniones, incluso abierto apoyo de autoridades católicas en el golpe de Estado del 2002 y el resto de las conspiraciones.

Con maduro los enfrentamientos con la jerarquía católica no variaron, aunque sin duda bajaron mucho el nivel de la discusión. Pero a diferencia de Chávez, en el gobierno de Maduro se ha emprendido una política pública dedicada a fortalecer abiertamente a iglesias no católicas.

En una entrevista en el canal del Estado la pastora Isabel Molina de Fernández afirmaba: “Oramos mucho por el presidente que ha llevado una carga muy fuerte, clamamos por él porque ese fue el hombre que Dios puso a gobernar Venezuela. Nosotros nos sujetamos a las autoridades que son puestas por Dios y él, viendo nuestro apoyo, se ha abocado a bendecir la iglesia cristiana”.

La retribución de Maduro ha sido firme, ordenó la creación del programa Mi Iglesia Bien Equipada para dotarlas de materiales e infraestructura, creación de la Universidad Teológica Evangélica de Venezuela y más recientemente en el presupuesto de la nación para el 2023 se destinó un 4% para “desarrollo religioso” la misma proporción que para infraestructura productiva, más que vivienda (3%) o cultura y comunicación social que sólo tendrán el 2% del presupuesto al igual que ciencia y tecnología.

Esta relación con las iglesias evangélicas tiene ramificaciones en la estructura del Estado, un conjunto de altos rangos de las FANB hace vida religiosa en algunas de esas iglesias y han impulsado su incorporación a las políticas públicas, el gobierno ha respondido con la asignación de bonos a pastores que procuren la construcción de un movimiento de apoyo popular en la feligresía.

“La verdadera iglesia de Dios” como los ha llamado Maduro se constituye como su apuesta a renovar sus filas y obtener feligreses más que militancia. Un peligroso coctel al estilo Jair Bolsonaro.

Los enfrentamientos con la iglesia católica no se tratan de un hecho de fe, ni de creencias ni de la búsqueda de la verdad. No. Lo que está en cuestión es el apoyo o no al gobierno, el respaldo a una gestión y sus resultados, es la decidida búsqueda de la complacencia.

Maduro ha optado por la estrategia de fomentar el crecimiento de otras iglesias y visibilizar sus apoyos para compensar la irreconciliable relación con el catolicismo o quizá lo usa como mecanismo de chantaje para asfixiar financieramente a una institución acostumbrada al financiamiento público.

La Iglesia que Maduro necesita es aquella que lo acompañe en cualquier circunstancia, aquella que lo asuma como el gobernante puesto por Dios y le impregne un signo de bendición y aprobación divina.