Anticonceptivos: un libro que revisa la historia, los debates, las creencias y las diferentes tecnologías que pueden ser utilizadas

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Cuando se lanzó la primera píldora anticonceptiva en Estados Unidos, el laboratorio pensaba que sería difícil que “mujeres saludables” tomasen por períodos prolongados una droga, cuyos efectos a largo plazo todavía se desconocían, con el único propósito de evitar quedar embarazadas. Los pronósticos no podían estar más equivocados: pronto la consumirían millones. Sin embargo, a más de seis décadas de su llegada al mercado, en la Argentina aún hay jóvenes que desde ciertos espacios feministas no ven a la píldora como una herramienta de liberación sino como un verdadero peligro para su salud sexual –por los efectos adversos que puede causar— y se han reapropiado de los métodos “naturales” recomendados históricamente por la Iglesia Católica. Así lo revela el libro “Tecnologías biomédicas y feminismos. Historias de dispositivos, políticas y agenciamientos” (Grupo Editor Universitario) de las investigadoras Karina Felitti, Agustina Cepeda, Natacha Mateo y Cecilia Rustoyburu.

El libro introduce discusiones teóricas, sociales y políticas sobre las relaciones entre tecnologías biomédicas, desarrollos farmacéuticos y feminismos, a partir de cinco artefactos biotecnológicos/farmacéuticos que tienen efectos importantes en la vida sexual y reproductiva de las mujeres y personas con capacidad de gestar: la píldora anticonceptiva, el implante subdérmico, el test de embarazo, el misoprostol y el ultrasonido.

En la Argentina, cuentan las autoras, para instalar las píldoras anticonceptivas el laboratorio Schering además de capacitar agentes de propaganda que explicaban sus alcances a personal médico, se propuso que el precio fuera accesible y no superara el valor de una entrada de cine. Además la repartió de forma gratuita en hospitales y a bajo costo en centros de asesoramiento en planificación familiar. Pero también en la década del ’70 creó una línea de teléfonos para consultas. Uno de los médicos del equipo de marketing –señala el libro- recuerda algunos llamados, como el de una señora que preocupada por la seguridad del método quiso saber si su marido también debía tomar la píldora y la consulta de una joven que como tenía dos novios pensaba que estaba obligada a tomarla dos veces al día.

“Desde hace varios años trabajamos en conjunto con Agustina Cepeda y Cecilia Rustoyburu del grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, en proyectos de publicaciones, investigaciones y tesinas en el campo de los derechos sexuales y reproductivos. En esta oportunidad se sumó Natacha Mateo con sus investigaciones sobre misoprostol”, cuenta  Felitti, investigadora independiente del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Estudios de Género de la UBA. Así nace el libro de la Colección Puntos de Fuga. Historia de las Mujeres y estudios de Género del Grupo Editor Universitario con aval del Centro Interdisciplinario de Investigaciones de Género de la Universidad Nacional de La Plata.

A lo largo de tres capítulos, repasan la historia de los cinco artefactos analizados, y destacan sus implicancias sociales, que se profundizaron a partir de la circulación que alcanzaron más allá del ámbito de la salud, en el desborde de sus usos y significados, por ejemplo, la píldora anticonceptiva presentada como solución al subdesarrollo económico y la pobreza; las ecografías obstétricas como una “primera foto del bebé” o usadas en los repertorios audiovisuales de los activismos que se oponen al aborto legal. “En ese sentido, estas tecnologías juegan un papel clave en consideraciones sociales sobre los embarazos, maternidades y abortos”, apunta Felitti.

–¿La investigación médica ha tenido perspectiva feminista o han sido las mujeres las que han resignificado los usos o modos de usar estas tecnologías biomédicas y desarrollos farmacéuticos en las que ustedes ponen el foco? –le preguntó este diario.

–Entendemos que se da una confluencia de actores y perspectivas. Por ejemplo, el desarrollo de la píldora se dio en un contexto de preocupación por el crecimiento de la población y la incorporación de una perspectiva de derechos en la planificación familiar, que a la vez coincide con las demandas feministas de los sesenta y setenta sobre el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Parte de las investigaciones de la píldora fueron financiadas por mujeres que se reconocían feministas y/o que apoyaban el derecho de las mujeres a decidir sus maternidades. En el caso del uso del misoprostol para provocar un aborto, la apropiación por parte de las usuarias en contextos en donde la práctica no es legal es más clara, ya que se usaba un medicamento que no había sido pensado para ello. Es más, la contraindicación en situaciones de embarazo fue la que motivó su uso cuando lo que se deseaba era terminar con ese proceso –dice Felitti.

En el libro se recuerda que según la investigadora Débora Diniz, las brasileñas fueron las primeras en utilizar el misoprostol con fines abortivos. Ese medicamento, una prostaglandina sintética definido como protector gástrico, en 1985 fue presentado en la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) como un agente antiulceroso. Se introdujo en Brasil un año después, producido por G. D. Searle & Co., comercializado en un primer momento por el mismo fabricante y luego por un laboratorio nacional, bajo un formato de ‘venta libre’ en 28 comprimidos de 200 mg. cada uno. “Diniz afirma que fueron las mujeres del noreste de Brasil quienes al ver la imagen de una mujer embarazada, una cruz en el prospecto y una pequeña aclaración que decía que no se podía tomar este medicamento si estabas embarazada porque podría ser abortivo, “por ensayo y error”, comenzaron a usarlo para abortar”, dice el libro.

¿Efectos adversos?

 

Las investigadoras destacan que en Argentina a diferencia de lo que sucedió en los Estados Unidos y en algunos países europeos, los efectos en la salud de las mujeres por la ingesta de la píldora no tuvieron un lugar preponderante en las discusiones de los feminismos. “Investigaciones recientes señalan que existe una deuda respecto a estos efectos. Si bien son menos graves y perceptibles que en el pasado pueden ser molestos y también producir problemas de salud, en una definición de salud amplia. Por ejemplo, anular el sangrado menstrual, puede generar incomodidad en personas que asocian la menstruación con estar saludable, con su identidad de género, etc. Por eso es importante que en las consejerías de salud sexual y reproductiva se expliquen muy bien todos los métodos y se realice una elección informada. La reconstrucción socio histórica que hacemos de ellos es justamente una invitación a ubicar a cada desarrollo en contextos sociales y políticos, nacionales y transnacionales, intereses comerciales y deseos. Exigir más investigación para mejorar las opciones anticonceptivas disponibles es tan importante como exigir que los anticonceptivos se distribuyan”, considera Felitti. A partir de la información que se difunden en redes sociales y especialmente el activismo menstrual que se ocupa de socializar información sobre el ciclo, las hormonas, los métodos, más usuarias saben sobre algunos efectos que pueden resultarles intolerables, agrega.

“En los 60 muchas mujeres decían que preferían tener cáncer, el miedo más extendido en relación a la píldora, que volver a estar embarazadas. No podemos manejarnos con esas opciones. Por otro lado, la opción de vasectomias sin bisturí se va perfilando como alternativa desde la demanda, ya que muchos varones cis no quieren tampoco ser padres, y de a poco va entrando en la política pública, en las opciones accesibles y rápidas. No se trata de replicar solamente la directiva “googlea vasectomía”, sino de ver que podemos hacer para que esos varones a quienes se interpela puedan interesarse y acceder a ellas”, dice la investigadora.

 

–Señalan que hay actualmente desde ciertos feminismos una reapropiación en la Argentina de los métodos llamados «naturales» recomendados por la Iglesia Católica . ¿A qué se debe? ¿Cómo lo interpretan?

–Si bien los métodos «naturales» quedaron asociados a la posición católica sobre el tema, hoy su uso se extiende más allá de razones religiosas. Para evitar los efectos adversos de la anticoncepción hormonal, no intervenir en el ciclo menstrual y desde una concepción de soberanía corporal, circula información sobre otras alternativas que implican autoconocimiento y en ese sentido, convergen con premisas feministas.

–¿Por qué cree que la industria farmacéutica no haya mejorado los métodos anticonceptivos o el desarrollo de nuevas alternativas?

–Podemos aventurar algunas hipótesis tratando de no ser conspirativas. Pero la centralidad que siguen teniendo las mujeres en las políticas de prevención de embarazos asegura un mercado muy amplio. Además, las píldoras se venden para tratar el acné, para regular el ciclo, incluso de jovenes que no tienen relaciones sexuales. Por eso consideramos importante reclamar mejoras, como ha hecho el movimiento de la salud de las mujeres desde los 60 en adelante. No se trata solamente de disponer de anticonceptivos gratis sino tener información detallada sobre sus efectos, mejoras en su diseño y acompañamiento para decidir cuál es el más adecuado en cada momento de la vida. Y sobre todo, incluir a los varones en esta discusión y como sujetos de estas políticas.

–¿Qué hace que una tecnología biomédica pueda considerarse feminista?

– Consideramos que en la circulación, difusión, distribución y apropiación de estas tecnologías podemos incidir de un modo feminista. Esto es respetar los deseos de las personas, escuchar sus necesidades y acompañar sus decisiones. Si una joven quiere prevenir un embarazo analizando su ciclo es una decisión que debe acompañarse tanto como la de quien demanda un implante y luego de unos meses solicita retirarlo. Incluir a los varones cis como sujetos de las políticas reproductivas es otro modo de hacer salud feminista.