Tomás Balmaceda, un anfibio entre la filosofía, las redes, los medios masivos

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Un día fue un chico de 18 años que vino de Campana a estudiar filosofía a Buenos Aires, y antes que eso, un niño que amaba la máquina de escribir de su papá y transcribir las notas del diario que su mamá le ponía enfrente. No le gustaba el aire libre ni el potrero: Tomás Balmaceda pedía escritorio, libros, películas, devorar contenidos culturales, saber del mundo a través del lenguaje. Esa pasión lo llevó a Puán pero su curiosidad mucho más lejos: desde hace años que trabaja en medios masivos de comunicación, sus libros son de divulgación y su intervención en las redes siempre busca llegar al mayor público posible. Ahora conduce «Los 90. La década que amamos odiar», que es de Canal Encuentro pero logró un éxito inesperado en las plataformas y se sienta todos los domingos a debatir en El Hotel de los Famosos, un reality de convivencia que lidera el prime time de Canal 13.

¿Cómo llegaste ahí?
–Dudé bastante en aceptar la propuesta pero entendí, después de hablarlo y pensarlo mucho, que a veces los lugares que uno no quiere ocupar por prejuicio los ocupa otra gente que es peor que uno. Romina Scalora esta ahí también y es profesora de historia. La tele está llena de panelistas y es un trabajo muy honrado pero creo que le damos otra mirada por venir de ciencias humanas y no de la tele pura y dura. Al mismo tiempo, yo mantengo mi vida académica y es prolífica pero me gusta también tener estos espacios. En El Hotel hay mucha libertad para trabajar, para decir. La tele no es mi lugar natural, pedí no tener que defender cosas que ya no se tienen que defender y ellos me lo súper respetaron y cuando paso lo de Leo Garcia (acusó de homofóbico a otro participante), pedí ver lo que salió al aire y lo que no y no era homofobia. Respeto como se sintio Leo y que lo haya percibido así pero yo pude ver todo y fue más bien un cortocircuito entre ellos. Lo bueno es que fue un puntapié para hablar de la homofobia, para decir que existe más alla de ese hecho puntual, pude contar algunos casos, me pareció que estaba muy bien para un programa de debate que se pudiera conversar eso. Es un programa muy diverso, hay gente que es famosa tradicional tipo Silvina Luna y gente que quizás es muy famosa en redes como Locho y se van cruzando. Estuvo Muscari, Rodrigo Lussich, Gabriel Oliveri… somos muchos que estamos fuera del clóset, y eso para la tele tampoco es el promedio. Hay una vuelta de tuerca interesante que también cuando se habla de vínculos tóxicos, de celos, gaslighting, etc, se pudo poner sobre la mesa. Son muchas cosas que rescato de lo que puede ocurrir en un reality show.

El caso de Emily es muy interesante, porque era una chica querida en las redes que ahora es totalmente detestada. ¿Cómo ves el tema de los y las influencers?

–Es un tema que me interesa mucho, de hecho en noviembre voy a publicar un libro con dos amigos sobre el tema cultural y la influencia, analizándolo a nivel global, más allá de las redes. Emily entendió muy bien cómo mostrar y construir un personaje público, y al mismo tiempo despierta una pregunta que circula mucho que es “¿y por qué es famosa?” o «¿qué talento tiene?», y esa es una pregunta del siglo xx: ser famoso por tener una gran habilidad. Hoy en día muchos de los y las influencers construyen la idea de que es un tipo de celebridad que se hace a sí misma, el do it yourself: construyen su persona y el medio en el que se van a presentar. Esa narrativa ella la controla muy bien en sus redes, pero pasando a otro medio, no funcionó tan bien.

 

¿Cómo ves esa acusación de los participantes que no estaban conformes con la edición versus quienes decían que se vio lo que en realidad eran?

–Es una visión un poco inocente de lo que pasa en lo audiovisual que siempre construye una historia, incluso si fuese una transmision las 24 horas hay algo que se completa de manera narrativa. En el caso particular de este programa no hay un okey final, no es que me puedo sacar 20 selfies hasta elegir cuál publico, es otro procedimiento. Algunos se han quejado de la edición y la verdad es que no. Es un programa muy popular, nosotros en terminos de rating duro competimos con La Voz pero la plataforma donde se ve muchísimo es YouTube. Hay fandoms de cada uno de los participantes que van tomando posiciones, a veces recibo muchas puteadas pero también muchas cosas lindas.

¿Qué reflexión te habilita tu formación filosófica para aplicar en la vida cotidiana?

–Tratar de entender los problemas filosoficos de tal manera que pueda haber un análisis, por ejemplo de la manera en que usamos el lenguaje. Apelar al sentido común, o elucidación de cómo cada comunidad usa determinadas palabras. Muchos problemas se resolverían si elucidamos de qué manera usamos determinados conceptos, si están bien aplicados, cómo se vinculan. Genera defensas, argumentaciones y debates que son muy ricos. No me ocupo tal vez de los grandes temas de la filosofía, como la muerte o la existencia de dios, pero la tradición analítica que sigo también abraza la filosofía de manera terapéutica: si determinado problema lo es o es un pseudo problema, o si es una falta de acuerdo, o si cuando aplico una etiqueta es correcta o errada. Existe la justicia epistémica; violencias y hostigamientos de los que fuimos víctimas pero no teníamos las herramientas para entenderlas. Yo me crié solamente con vínculos heterosexuales alrededor, si hubiera crecido en el mundo de hoy, por ahí me hubiera podido identificar de otra manera. Esas etiquetas que nos permiten tener identidad tal vez son “yo fui abusado” o “yo fui violado”. Hay quienes pueden decir «las etiquetas no son buenas, encasillan», y por supuesto que existe ese riesgo pero hay quienes pueden autoenunciarse gracias a esas etiquetas.

¿Y cuáles fueron tus etiquetas, en tu infancia?

–Nací en 1980, en Campana, estuve ahí hasta los 18 años que me mudé a Buenos Aires para estudiar. Yo era el más grande de cinco hermanos, siempre viví con mis papás, y mi infancia y adolescencia fueron divinas, solo tengo lindos recuerdos, amigos de ahí. Siempre fui una especie de nerd, mi papá trabajaba en el poder judicial y tenía en mi casa una máquina de escribir, que en 1980 era una pieza de tecnología. Y a mí siempre me atrajo eso: mi mamá me cortaba una hoja de diario y yo transcribía las letras antes de aprender a leer y escribir. Mi papá se parecía poco a mí, porque era más callado y solitario, hicieron con mi mamá muchos puentes para entendernos a mí y a mis hermanos. Un dia del niño me compraron una Commodore 64 que fue mi primera compu. Nunca fui deportista, nunca me senti cómodo al aire libre, mi mamá se desesperaba para que yo saliera y me encerraba afuera (jaja). En cuanto a las etiquetas, siempre fui el nerd del colegio, y siempre fui maricón, aún sin saberlo. Cuando salgo del clóset, que fue mas o menos en el 97, 98, no tenía representación. Lo único que yo me acuerdo como alguien gay era el padre de Andrea del Boca en Celeste, que encima era bisexual y tenía hiv (Arturo Maly). Nunca había visto a dos hombres besarse en la ficción. Tampoco había tenido acceso a pornografía, entonces a pesar de que yo era maricón, siempre tuve muchos amigos y fui una persona querida. No tengo una historia de infancia de pueblo traumatica. Cuando me mudo a Buenos Aires me ayudó mucho internet, obvio: a mi primer novio lo conocí chateando.

¿Y siempre tuviste claro que quería estudiar filosofía?

–Sí. Disfrutaba mucho estudiar y había leído en algún lado que estudiar filosofía era como estudiar toda la vida. Yo le cuento a mis viejos que voy a estudiar filosofía y no mucho tiempo después les cuento que soy gay y mi viejo me contó con el tiempo que ellos se quedaron mas preocupados porque iba a estudiar filosofía que porque era gay. ¡Pensaron que iban a tener que mantenerme toda la vida! Pero no pasó, por suerte. También yo fui alguien fuera del clóset en la facultad y he vivido momentos incómodos, pero yo siempre tiendo a rodearme de gente con la que me siento bien y comparto valores. En la academia tengo mi grupo y trabajo un montón. No hago nada que me de verguenza y estoy presente en los dos lados. Hago un evento que se llama Filopalloza que ya tuvo tres ediciones y que fue una manera donde gente que nunca se acercó a un evento de filosofía, lo haga por primera vez. Se arman unos debates increíbles: en noviembre hacemos una edición en el San Martín. A mí esa apertura me encanta.

¿Qué onda el programa de Encuentro? ¿Cómo trascendió esa pantalla para llegar a las redes?

–A mí lo que me gusta de eso de amar-odiar es que es algo muy de esta época, de mucha polarización donde aquello que amás te define. La sensación que hay con los 90 es un poco esa: sentir culpa por amar esa década porque fue muy dolorosa pero a la vez pasaron cosas fascinantes y muy atractivas. Es muy muy vista en las redes: y si nos empezamos a animar hablar de esa culpa, creo que es saludable. De Los Simpsons a Jazzy Mel, me parece importante que aparezca todo aquello que amamos odiar. Estoy muy orgulloso del programa. Analizar ciertas cosas que pasaban ahí es poder entenderlas en paralelo a cosas que le han pasado a mucha gente: conocer Miami pero después quedarse sin trabajo, o haber recibido una indemnización que después nunca en la vida… Y también te da perspectiva porque al mismo tiempo ves lo que pasó con Clinton o lo que pasó con las marcas, la imagen y demás y esa frivolidad era algo que estaba pasando en todo el mundo, no solo con Menem. A los argentinos nos gusta pensarnos únicos pero no lo somos.

Como varón cisexual, ¿pensás que se viene algun tipo de revisión de las masculinidades por parte de los varones cisexuales?

–No sé. Mis vinculos con la heterosexualidad a veces son erráticos, porque las personas con las que yo me vinculo casi nunca son los típicos hetero. Todo el conjunto general de las disidencias tiene un montón que enseñar, yo lo veo con mis amigas lesbianas que tienen unos vínculos espectaculares con sus ex, y tienen una idea de comunidad, de red, que maneja una energía distinta. Voy mucho a Brandon y la sensación de ver a mujeres sin miedo es muy poderosa. Yo a veces también tengo miedo porque soy un maricón caminando que te das cuenta que soy un maricón, pero pienso que ahí tenemos mucho que aprender y siento que mis amigos aprenden viéndome en mi vínculo con la hija de Fran (Franco Torchia, su pareja). Estuve viendo unos videos de Mariela Múñoz, que tiene una claridad y una picardía, y no sé si es por ser trava o por ser argentina (risas) pero me doy cuenta que hay mucho para aprender ahí. En cambio me cuesta pensar qué puedo aprender yo de un heterosexual varón, porque en muchos sentidos han quedado atrás. Y eso trae muchas dificultades para las mujeres hetero. Pero bueno, dicho todo esto, yo soy una persona empecinadamente optimista, y aprendo todos los días de la gente más joven, de muchos chiques que vienen a mis clases que son no binaries. Mis alumnes hablan inclusivo fluidamente, yo hago mis esfuerzos, pero para las personas heterosexuales, volviendo a tu pregunta, creo que si no se adecúan van a quedar un poco afuera de la historia. La gran herida que va a marcar para mí este año es el Mundial de Catar. Va a haber carteles, productos, publicidades y millones en dinero celebrando un sitio que dice abiertamente rechazar, condenar y matar a las disidencias sexuales. El ejercicio contrafáctico molesto es ¿qué pasaría si se condenase con la cárcel practicar la religión cristiana? ¿no sería un escándalo? ¿la gente no diría hay que cancelar el mundial ahí? La opresióin que vivimos nosotros es mucho mas fuerte que la que viven otros, entonces creo que este es un mundial que vamos a recordar como algo absolutamente vergonzante y que no pudimos evitar. No sé si una selección sacará una bandera del orgullo pero sería genial. Ojala alguien lo haga.