Colombia: identidades y antirracismo Entre blanco y negro, no hay futuro para el poderazgo

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No existe el blanco, como tampoco el negro. De hecho, sin la existencia de los primeros, los segundos desaparecen, y viceversa, pues son el producto histórico e ideológico mediante el cual se ha comprendido una tensión social que se desencadena en los escenarios decisionales del poder y la influencia económica sobre la que se construye el poderío y la dominación.

Tal como Franz Fanon precisó, en una relación de dominancia que nos condena a padecer las obtusas imagoloquías con las que se pretende fijar las máscaras de las identidades, “el blanco está encerrado en su blancura. El negro en su negrura”. Romper con tal sistema racial, instalado en la cosmogénesis colonial, se convierte en un reto que convoca a golpear hasta destruir los instrumentos y medios de reproducción de la dominación fáctica y simbólica representada en la todopoderosa blancura, enfrentada a la negatividad y la negación facinerosa dirigida hacia la negrura.

Contra todos los soportes de tal impostura, la tarea sigue siendo socavarla; pues anulada la esclavitud no sobrevino el derrumbe del esclavismo y sus particularidades estructurantes. Una vez se entiende esa relación, domesticadora y lacerante, queda claro para las y los prisioneros del desprecio la imposibilidad de perpetuar tal orden racial.

Dejar de ser esclavo de la esclavitud, darle un definitivo adiós al esclavo, resulta determinante para que nuestro tiempo alcance mejores formas de reconciliación. Es preciso provocar tal ruptura pues, como nos recuerda Achille Mbembe, en las sociedades contemporáneas se ha reificado el devenir negro del mundo. Hemos llegado a una estación estructurante de la diferenciación entre los seres humanos que extienden el bloqueo racial al ser humano mismo, definiendo las relaciones humanas como relaciones de consumo en las que las distinciones entre “ser humano, cosa y mercancía tienden a desaparecer y borrarse, sin posibilidad de escapatoria” para negros, blancos, infantes, mujeres, hombres, extranjeros, migrantes…

Por supuesto que quienes han obtenido beneficios y prerrogativas, honores y ventajas sostenidas en la preminencia de la blancura poco interés tienen en contribuir a trasformar tamaña desproporción. Tal como reconoce George Fredrickson, las sociedades en las que sus instituciones operan bajo el reconocimiento igualitario se estructuraron jerarquías que ni siquiera cuestionan la posición de los subordinados, puesto que resultan esenciales para el sostenimiento de su prosperidad.

Más allá de las declaratorias en los organismos multilaterales que condenan su inmoralidad y consideran socialmente execrables las prácticas de superioridad racial, el mundo sigue padeciendo las manifestaciones cotidianas del racismo, perpetuando las guerras de odio, e incluso soportando nuevos holocaustos y genocidios. El mundo nuestro no ha podido trabajar para “una curación total de este universo mórbido”, reitera Fanon.

En el capitalismo brutal del siglo XXI, importa cada vez menos la asignación de sentidos éticos a la valoración del ser humano. Con el acendramiento del reduccionismo del ser humano a una cosa máquina, cosa consumo, cosa laborante, cosa productora, hemos arribado incluso a la consideración de las multitudes que provienen de determinados sectores poblacionales y territorios del globo terráqueo como stock o inventario [cesante, almacenable por edades o procesos migratorios], disponible para el consumo masivo en los distintos procesos posindustriales, sin que realmente importe su suerte o su bienestar.

De ahí que podamos afirmar que, si bien la esclavitud se corresponde a un periodo histórico en el desarrollo del capitalismo, la esclavización es un proceso estructurante en el que el ser humano se ve sometido a condiciones de dependencia y marginalización que corroen su humanidad y agudizan la desigualdad social, mediante la instalación de prácticas socioeconómicas que lo convierten en «negro».

Aunque no estamos en tiempos de exhibición y venta pública de animalizados y cautivos, el destino de muchos seres humanos pareciera ser estar disponibles para la venta pagada en salarios con jornadas y condiciones laborales precarizadas, que solo distan de la esclavización por la inexistencia de cadenas y feroces sistemas de punición, medios control disponibles en el avieso y degradante sistema de zoomecanización de la vida humana.

No obstante, aun en este escenario en el que “todos somos negros en potencia”, correspondiente a la crítica de Mbembe a la historia cultural y económica cosificadora del capitalismo que convierte en mercancía a multitudes humanas, persiste el dualismo negrero que censura a quienes, en la piel y tras ella, marcan la historia con las invariantes inmemoriales de la minusvaloración, la desapropiación y el depoderamiento. Ni siquiera los futbolistas, con sus altísimos salarios, logran escapar de la bajeza discriminatoria. Menos aún el hombre de a pie, la mujer trabajadora, el opinador espontáneo, la científica divulgadora, quienes por su trabajo y aportes esperarían contribuir al avance de una sociedad sin víctimas del crimen racial.

Por ello resulta de suma importancia hacer el justo reconocimiento a quienes, desde las latitudes más extendidas en las que todavía se impone el prejuicio, la displicencia racial, la exotización, el desconocimiento y todas las formas de traducción del racismo contemporáneo, enarbolan y defienden la bandera del antirracismo como práctica existencial, académica y política que apuntala la imaginación creativa de un sí mismo al margen de todo oprobio.

Si el poder es una relación, nos vemos en la imperiosa necesidad de relacionarnos con poder, más allá de toda resistencia, negatividad y antítesis. El antirracismo pues, no es un contrarrelato. Es un acontecimiento discursivo y epistémico rupturista e innovador que, respecto de las posturas políticas, implica hacernos a los espacios de relacionamiento y a las posiciones sociales en las que el poder se escenifica, toma cuerpo, elimina la circunspección, alza la voz y levanta la mano para ser contado y pesar en el rompimiento definitivo de las máscaras; la negra del dominado y la blanca del dominador; intentando proyectar un futuro en el que unos y otros por fin desaparezcan. Este es el fundamento del poderazgo.

*Doctor en Educación. Es autor y coautor de varios libros y artículos en torno a los estudios de la afrodescendencia. Rector de la IE Santa Fe – Cali. Colombia.