El 15 de marzo del año 44 a.C., Roma fue testigo de uno de los acontecimientos más trascendentales de su historia: el asesinato de Julio César. La muerte de Julio César sacudió los cimientos del poder y marcó un punto crucial en el devenir de la República Romana.
El lado oscuro de Julio César y la conspiración de sus allegados
La angustia de Calpurnia, la esposa de César, fue el preludio de la tragedia. Algunos meses antes del trágico día, soñó que veía a su esposo cubierto de sangre, lo fue un claro presagio de lo que estaba por venir. A pesar de su fama de líder fuerte y valiente, César no ignoró por completo estas señales, pues ordenó sacrificar animales para leer el futuro en sus entrañas. Los augurios no le fueron favorables, pero su confianza en su popularidad y su capacidad para manejar cualquier situación le llevó a subestimar los peligros que le acechaban.
Aunque César era admirado por muchos por sus conquistas y medidas en favor de los más pobres, su estilo de gobierno cada vez más autocrático comenzó a despertar recelos entre los estratos más conservadores de la sociedad romana. El Senado, en particular, veía con desconfianza sus decisiones unilaterales y su tendencia a concentrar el poder en sus manos. La sombra de la monarquía, prohibida en Roma desde hacía siglos, comenzó a cernirse sobre él debido a sus acciones y ambiciones.
La conspiración que llevó a su asesinato fue urdida por sus propios allegados y antiguos aliados. Marco Junio Bruto, quien era como un hijo para César y que había sido perdonado y ascendido por él tras luchar junto a Pompeyo en la guerra civil, lideró la trama. La principal motivación de los conspiradores era la idea de restaurar la libertad de la República y evitar que César se convirtiera en un tirano.
La ejecución del plan y el fatídico desenlace
El fatídico día de los idus de marzo, César acudió al senado romano, rodeado de sus seguidores y sin su habitual escolta de guardaespaldas. Fue entonces cuando la trama se puso en marcha. Los conspiradores, armados con puñales escondidos entre sus ropas, abordaron a César y le propinaron veinticinco puñaladas. A pesar de intentar defenderse, el dictador sucumbió ante la ferocidad de sus atacantes. Según algunas fuentes, el dictador romano le dedicó unas breves palabras a Bruto antes de fallecer: «Tu quoque Brute fili mi» («¿Tú también, Bruto, hijo mío?»).
El asesinato de César desató un periodo de caos y conflictos en Roma, impulsados por manifestantes fieles a él. Aunque los conspiradores buscaban restaurar la libertad y evitar la tiranía, su acción tuvo consecuencias imprevistas. El asesinato allanó el camino para el surgimiento del Imperio Romano y marcó el fin de la República. Pero en cuanto a la figura de César, lejos de desaparecer, ésta se elevó a la categoría de divinidad y ganó aún más prestigio y admiración entre los romanos.