La coronación de Carlos III: detalles de un sistema anacrónico que goza de muy buena salud

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La ceremonia de coronación de Carlos III paraliza a los británicos, independientemente de sus simpatías o antipatías por la monarquía. Es que, parafraseando a Enrique Pinti en Salsa Criolla, «pasan los conservadores, pasan los laboristas, quedan los realistas» y una cuestión temporal juega fuerte: hace 70 años que el Reino Unido no asiste a una coronación.

El 2 de junio de 1953, pasado casi un año y medio por la muerte de Jorge VI, Isabel II fue coronada. Se había convertido en reina en febrero del año anterior. La suya fue la última coronación del siglo XX en Gran Bretaña, en el inicio del reinado más largo de su historia.

Cuatro coronaciones en un siglo

Antes que ella, y en el siglo pasado, hubo apenas cuatro coronaciones, aunque las dos anteriores a la monarca ocurrieron con pocos meses de diferencia. En 1901 murió Victoria y el rey pasó a ser Eduardo VII. A su muerte, en 1910, subió al trono Jorge V. Tras su muerte en 1936, le tocó a Eduardo VIII. El primogénito arrastraba, como príncipe de Gales, una vida de playboy, y anunció la intención de casarse con Wallis Simpson, una estadounidense que no solamente no pertenecía a la realeza sino que además arrastraba dos divorcios. Eso generó una crisis.

Eduardo VIII decidió abdicar en diciembre de 1936 (otro motivo de fondo era su inocultable filonazismo) y así, el nuevo rey fue su hermano, el duque de York, que tomó el nombre de Jorge VI. Era el padre de Isabel y abuelo de Carlos III. Vale decir: la abdicación alteró la línea sucesoria. Eduardo se casó con Wallis y no tuvieron hijos.

El arzobispo

La coronación en la Abadía de Westminster está a cargo del Arzobispo de Canterbury. Formalmente es la principal autoridad eclesiástica de la Iglesia Anglicana. Es quien se ocupa del día a día de las distintas diócesis. Pero en los hechos tiene un superior terrenal: el Rey. Conviene recordar que Enrique VIII rompió con Roma en el siglo XVI cuando no se aceptó su divorcio de Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos) y se nombró a sí mismo jefe de la Iglesia en su territorio. Desde entonces, los monarcas británicos ostentan el título de «defensores de la Fe».

Por cierto que la sucesión de Enrique VIII dio pie a un maravilloso relato literario sobre la coronación. Al morir el rey de la casa de Tudor lo sucedió su hijo adolescente, Eduardo VI. Más de tres siglos más tarde, Mark Twain imaginó un cambio de roles entre el Príncipe de Gales y un chico de su misma edad, de origen humilde, en las horas previas a la muerte de Enrique VIII. Príncipe y mendigo narra las peripecias de ambos, ocupando uno el lugar del otro y cómo se resuelve la situación el mismo día de la coronación, cuando se está a punto de coronar al mendigo.

Justin Welby es el actual arzobispo y es el 105º en la lista de quienes ocuparon el cargo. Nació en 1956, es decir, después de la última coronación. El arzobispo que puso la corona sobre la regia testa de Isabel II fue Geoffrey Fisher. Era el 99º arzobispo de Canterbury. O sea, en el reinado de Isabel hubo siete arzobispos. Misma cantidad que Papas de la Iglesia Católica desde 1953.

La ceremonia de este sábado no solamente será la primera coronación en siete décadas, sino que además será la segunda en ser televisada. Sí: los británicos pudieron ver por TV la ceremonia del 2 de junio de 1953. Al igual que ahora, no estaban dentro de la Unión Europea (que directamente no existía a mediados del siglo pasado) y su primer ministro era, como ahora un conservador. Aunque con diferencias abismales: porque Rishi Sunak está lejos de la dimensión de Winston Churchill.

En la ceremonia hay una unción antes de la coronación. Se considera la parte sagrada de la ceremonia. El Arzobispo de Canterbury vierte lo que se conoce como aceite crismal de un recipiente dorado con forma de águila sobre una cuchara que data de 1349. Con esta cuchara, ungirá al soberano en la manos, pecho y cabeza. Al parecer, la unción se hará fuera de las cámaras, como sucedió en la ceremonia de 1953.

Una fortuna sobre la cabeza

El máximo símbolo de la coronación es, precisamente, la corona. La actual es la que se usó en las coronaciones de Jorge VI e Isabel II y se basa en el diseño de la que portó sobre su cabeza la reina Victoria en 1837. Cuando no ocupa la cabeza un monarca, está en la Torre de Londres, con el resto de las joyas reales, en exhibición.

La corona tienes casi 3 mil piedras, incluyendo 2868 diamantes, 273 perlas, 17 zafiros, 11 esmeraldas y cinco rubíes. Pesa algo más de un kilo. Expertos en joyería estiman que su valor monetario es incalculable.

Dos cuentos de Holmes sobre la corona

Precisamente, dos cuentos escritos en la era victoriana giran en torno a la corona. Son dos relatos de la saga de Sherlock Holmes escrita por Arthur Conan Doyle. En La corona de berilos, una de las principales joyas del Palacio de Buckingham es empeñada por un prominente personaje (cuyo nombre no se revela); el prestamista se la lleva a su casa por seguridad y se la roban, motivo por el cual recurre a los servicios de Holmes.

El segundo cuento es el inquietante El ritual de Musgrave, en el que Holmes relata a Watson un caso de su juventud, en el que resulta que aparece en escena, como botín, la antigua corona de los reyes ingleses hasta la caída de Carlos I en 1649 y el advenimiento de la dictadura de Oliver Cromwell.

Carlos I, el rey decapitado

El nombre de este rey no despierta los mejores recuerdos, más cuando el nuevo monarca se llama igual, después de más de 350 años, en la nomenclatura. Los reyes ingleses pueden optar por un nombre distinto del de su bautismo. Por ejemplo, Jorge VI se llamaba Albert, pero decidió continuar el nombre de su padre, Jorge V (que tenía Jorge como nombre de pila).

Carlos III optó por respetar el nombre con el que vino al mundo. Carlos I, su antecesor de la casa de los Estuardo, tuvo un reinado convulsionado desde 1625. Fue a la guerra contra Francia y España, gobernó como un monarca absoluto y una guerra civil acabó con su reinado. Lo decapitaron por alta traición en 1649.

Siguió la dictadura de Cromwell y, a su muerte, en 1660, se restauró la monarquía en la figura de Carlos II, el hijo del anterior rey. Este aprendió de los errores de su padre y tuvo una cordial relación con el Parlamento. Reinó hasta su muerte, en 1685. Tuvieron que pasar 337 para que subiera otro rey con el mismo nombre.

En la cuenta regresiva

La prensa inglesa lleva la cuenta regresiva para un hecho cuya versión previa solamente recuerdan los mayores de 75 años. Los diarios ofrecen suplementos especiales sobre la vida (¿y obra?) de Carlos III del Reino Unido y su esposa, la reina Camilla. Durante años y años, la longevidad de Isabel II dio pie a chascarrillos sobre Carlos, ostentó el título de Príncipe de Gales, es decir, heredero al trono, más tiempo que nadie: 64 años desde 1958.

El día de su coronación tiene fecha en el calendario hace meses y es cuestión de horas para que se concrete formalmente aquello que ya es un hecho desde el 8 de septiembre de 2022, cuando expiró su madre. La historia se dio muy distinto de lo que aparentaba en 1981, cuando el mundo se paralizó para su casamiento. La reina consorte no es Lady Di, de quien se se separó, y que murió hace algo más de un cuarto de siglo. Llega al trono casado en segundas nupcias, distanciado de su hijo menor y su nuera, que rompieron con la Familia Real (un culebrón que ofrece ríos de tinta, literalmente, en la cuna de la prensa de masas).

Carlos III junto a la corona. AFP

Y, pese a ello, y a la certeza (contra las leyes de la naturaleza no hay edicto real que pueda) de que la revancha de su vida se produce a una edad en la que no lo espera un reinado muy extenso, la monarquía, aunque a esta altura de la historia sea un sistema anacrónico, goza de buena salud. La suficiente como para activar un fenomenal mercado de merchandising de objetos alusivos, souvenirs y recuerdos del 6 de mayo de 2023. Incluso cuando se celebra a una familia que vive del erario público.