El libertario y sus batallas a contramano

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Como a muchos –como a todos- a José Francisco Daniel Cerri le tocó un revire del destino: el de aquellos que, convocados para una misión, llevados por los vaivenes de la historia acaban por comprometer sus esfuerzos en una faena impensada, contraria a sus ansias primeras.

Había nacido en Bérgamo en 1841 en el seno de una Italia convulsionada que buscaba la unidad nacional. En su infancia perdió a su madre y un ojo en un accidente al caer de una montaña. Siendo un muchacho de 17 años su pasión por la aventura lo llevó embarcarse y llegar a Bahía Blanca un invierno en que, junto a Antonio Susini, jefe militar libertario, discípulo y amigo de Mazzini que venía de participar en sucesivas revueltas fallidas –incluso formó parte de la Primera Internacional- se plegó a la paradójica utopía de fundar una Nueva Roma en pleno páramo como retaguardia del Risorgimento. Era tarde. Silvino Olivieri, otro de los guerreros italianos que había peleado contra la ocupación austríaca, acabó sus días como comandante de la Legión Agrícola Militar. Sus rigores disciplinarios no fueron tolerados por aquellos que habían peleado junto a Garibaldi y defendido el cerco de Montevideo y el sitio de Buenos Aires, la famosa Legión Valiente. Una noche de conspiración, en la que tomó parte activa Santiago Calzadilla, el autor de Las Beldades de mi tiempo, Olivieri, a punto de fusilar a quienes se resistían a cortarse el pelo y afeitarse la barba, fue ajusticiado.

Disuelta la colonia, la guarnición acabó por afincarse en la Fortaleza Protectora Argentina, futura Bahía Blanca, como guardia contra las incursiones indígenas que trataban de recuperar territorio perdido: el sueño mazziniano de la igualdad social quedaría en el recuerdo. La represión del malón de 1859 intentado por las huestes de Calfucurá, que acabó en una pira de cadáveres de indios ardiendo en la plaza de Bahía Blanca, fue su bautismo de fuego. En ella Cerri compartió la carga junto a Felipe Caronti, amigo personal de Mazzini, que había hecho la campaña de Austria y conocido la cárcel y el exilio. En sus apuntes sobre el Risorgimento Antonio Gramsci cita sus diarios de guerra: “Caronti, después de haber derrotado a los austríacos en Como en 1848, formó una compañía de voluntarios y fue a Turín para obtener armas. El ministro Balbo le dio esta respuesta que Monti califica de “asombrosa”: “Ya es inútil armarse, puesto que un ejército regular y fuerte vencerá al enemigo. ¿Queréis tal vez serviros de las armas entre vosotros, para que las discordias entre comascos y milaneses resurjan en perjuicio del buen éxito de la causa italiana?” (…) Sobre la “preparación” de la derrota de Novara, Caronti narra que mientras se preparaba febrilmente una renovación de la lucha armada en Como y se organizaban voluntarios llegó la noticia del armisticio concluido después de Novara por el general Chrzarnowski. Caronti se enfrentó al general que le dijo: “Hemos concluido un armisticio honorable. -¿Cómo, honorable? -Sí, muy honorable, con un ejército que no lucha”. Gabriele Camozzi confirma esta conversación. Pero no importan las palabras del general polaco, que era una hoja en la tormenta, sino la dirección impresa a la política militar por el gobierno piamontés, que prefería la derrota a una insurrección general de Italia”. Caronti acabaría afincándose en Bahía Blanca, donde, entre otras múltiples obras -era ingeniero-, fundó la Biblioteca Rivadavia, alma de la ciudad, junto a Cerri.

Cerri se destacó por su participación en los enfrentamientos con las huestes calfucuraches en Sauce Grande y en el Napostá; asistió a la campaña de Pigüé a las órdenes del coronel Nicolás Granada y participó de la expedición a Los Toldos dirigida por el comandante Gianbattista Charlone, otro libertario mazziniano que moriría en la Guerra del Paraguay. Lo suyo era, ya, la guerra.

Convocado por su amigo Bartolomé Mitre combatió a favor del Gobierno bonaerense en la batalla de Pavón, en septiembre de 1861, que acabó con el sueño del federalismo. Militó en el sangriento combate de Cañada de Gómez el 21 de noviembre del mismo año, esta vez bajo el mando del general Venancio Flores, antiguo jefe de los Colorados en la República Oriental y futuro presidente de su país. En 1863 fue dado de alta con el mérito de “distinguido” por su actuación en el batallón Voluntarios. Enviado a la guarnición de Azul, prestó servicios -básicamente, reprimir a la indiada- a las órdenes del general Ignacio Rivas de posterior fama en la campaña chaqueña.

La carrera militar de Cerri iba en ascenso. Convocado a unirse al Ejército Grande peleó en la Guerra del Paraguay, que diezmó la población autóctona y acabó con el designio soberano del país hermano. En 1892 estrenó su pluma con el libro Campaña del Paraguay, donde narra su rol en la batalla de Corrientes que detuvo el avance paraguayo en mayo del 65. También detalla el sitio de Humaitá, en el que participó luchando en canoas, atravesando el territorio chaqueño e invadiendo suelo guaraní. Su relato de Curupayty no escatima detalles sobre la peste de cólera, las inclemencias climáticas, la profusión de heridos y muertos que dirimiría la guerra. Sobre esa batalla donde Cándido López perdería su mano hábil, Dominguito Sarmiento la vida y el ejército argentino el honor, Cerri, escribió: “el 22 de septiembre de 1866 fue un día de gloria para la patria y uno de gran pena que entristeció al ejército».

Sin cejar en su afán guerrero, reconocido por sus pares, Cerri estuvo en la marcha a Paso de la Patria; en la sorpresiva acción de Estero Bellaco, ocurrida el 2 de mayo de 1864; en la batalla de Tuyutí, registrada el 24 del mismo mes; y en el combate de Yataytí-Corá, el 10 y 11 de Julio de 1866. Allí sufrió su primera herida de guerra: un proyectil atravesó su maxilar y se le alojó en la lengua. (En el museo de Fortín Cuatreos, ubicado en la ciudad que hoy lleva su nombre, se conserva un relicario donde guardó fragmentos de sus huesos y la bala). Fue dado por muerto, pero se recuperó y volvió a las armas.

Derrotados los paraguayos fue enviado con el 3 de Línea -ahora bajo órdenes del general oriental Ignacio Rivas y el coronel alemán Teófilo Ivanovski- hacia Catamarca donde participó de la represión de las montoneras Felipe Varela, a quien había enfrentado en Pavón, quien, derrotados los alzamientos cuyanos, estaba haciendo guerra de guerrillas en los que serían sus últimos intentos de resistencia .

Cerri volvió poco después de la caída de Asunción integrando el 3ro. de línea para comenzar la ocupación de territorio en el Chaco Boreal. En el viaje de regreso lo sorprenderá la sublevación de Ricardo López Jordán en Entre Ríos, contra quien libró la Batalla del Sauce, el 20 de mayo de 1870. Destacado en el Fuerte General Lavalle, permaneció dos años hasta su designación como segundo Jefe del Regimiento 3ro. de Caballería, con el cual marchará a Entre Ríos para participar, insistente, en la segunda campaña contra López Jordán.

Se hallaba en Villa Mercedes, San Luis, cuando estalló la sublevación de septiembre de 1874 a favor de Bartolomé Mitre. A pesar de su aprecio por quien consideraba su amigo, Cerri se negó a participar de la contienda, por lo que fue preso por sus propios soldados. Cuando el ejército marchó hacia Córdoba logró quitarse los grilletes y evadir a sus guardias, y se puso a las órdenes de Julio Argentino Roca. Iniciaba así una nueva amistad que le rendiría copiosos frutos.

En abril del 75 volvió a Bahía Blanca, donde fundó una línea de fortines y negoció con Manuel Namuncurá, el sucesor de Juan Calfucurá, a quien, desatada la operación militar y de apropiación de territorio patagónico conocida como Conquista del Desierto, persiguió y derrotó en Lihuel Calel. A su regreso, ya ascendido a Teniente Coronel, se unió a Nicolás Levalle en la guardia de San Nicolás. Vuelto a Bahía Blanca, retomó su obra literaria: publicará fragmentos de su novela Mercedes, la primera escrita en la ciudad, en el diario La Tribuna de Roberto J. Payró. De tema fortinero, narra los amoríos entre una cautiva indígena y un soldado.

Cerri se encontraba en Buenos Aires cuando se produjo el alzamiento del 90 que, pese a contar entre los insurgentes con su ahora ex amigo Bartolomé Mitre, solícito, no dudó en reprimir. La revolución del Parque, origen de la Unión Cívica Radical, lo encontró militando en el Regimiento 10 de infantería al mando del inefable Levalle, que ensangrentó la ciudad y acarreó la caída de Juárez Celman. Su arriesgada y activa participación en el roquismo le valió que en 1900 lo nombraran al frente de la Gobernación de Los Andes, que abarcaba la Puna de Atacama, una vez resuelto el conflicto con Chile por su posesión. Un año más tarde, publicó El territorio de los Andes (República Argentina). Reseña geográfica descriptiva, en el que subraya la potencialidad de la explotación minera, hoy la principal fuente de litio del país. Pero su actividad militar, ya entrado en años, no se detuvo. En 1902 no le tembló el pulso para reprimir la primera huelga general del país organizada principalmente por anarquistas de la Federación Obrera.

 

Integrado al Ejército en una etapa donde los intereses oligárquicos mandaban, a Daniel Cerri le había tocado en suerte dirigir sus armas contra indios, paraguayos, montoneras federales, radicales y obreros. Es decir, contra aquellos sectores de las clases subalternas que en el ideario libertario de su juventud encarnaban el sueño emancipador y que acabarían sufriendo las violencias y rigores del Estado en formación. Hombre de su tiempo, Cerri hizo lo que tuvo que hacer: guerrero de gran valor y muy dado al arrojo personal, combatió en cuanta guerra le tocó en suerte. Radicado en Buenos Aires, falleció ostentando el rango de General el 4 de marzo de 1914. Alguna vez dio como respuesta a quien lo acusó de extranjería: “La sangre italiana que corría por mis venas la derramé íntegramente en los campos de batalla. Ahora no tengo sino sangre argentina pura”.