Si la situación se vive en pareja, no solo hay que reconocer el sentir propio, sino también desarrollar una buena comunicación, entender y empatizar con las emociones de la otra persona y también ser capaces de expresar las propias. “Es esencial poder contarle y concienciar al resto de los vínculos, como familiares y amigos, cuando sus palabras o acciones provocan estímulos negativos, ya que generalmente no son conscientes de ello”, subrayó Villamil.
Para colaborar en el proceso y acompañar a las personas que inician tratamientos, hay diferentes aspectos a tener en cuenta. “Cada caso es único y habrá que contemplar diversas variables; pero indudablemente la vivencia personal y el impacto emocional dependerá de la personalidad, el equilibrio emocional con el que llega hasta el tratamiento, los recursos emocionales con los que cuenta, la red de apoyo social que haya desarrollado previamente, la historia personal, el vínculo de pareja y la disponibilidad económica, entre otros”, focalizó la especialista.
Cualquiera sea el caso, el objetivo de promover un abordaje integral es el de brindarle a los pacientes herramientas para convertir el dolor y la experiencia en fortaleza. ¿Cómo?: desarrollando hábitos saludables. “Los hábitos permiten sacar el foco de lo que no se consigue para dar lugar a objetivos o deseos de otra índole. Para ello, es recomendable seguir con las actividades habituales, como el trabajo o actividades físicas o sociales, en la medida de lo posible”, explicó la profesional.
Continuar con la rutina permite cuidar las relaciones, desarrollando vínculos sanos y cuidados, que ayudan a que las personas se sientan mejor. “La actividad física, por ejemplo, provoca grandes beneficios ya que genera bienestar y distrae de las preocupaciones. Igual de positivo resulta el ejercicio de reconocer las situaciones positivas, ya que esto permite desarrollar la autoestima y bajar el estrés”, sumó la licenciada.
El acompañamiento emocional es vital para asegurar el bienestar general de los pacientes; posibilita que la experiencia sea lo menos traumática posible, destacando los aspectos positivos que contribuyen al éxito del tratamiento. Forma parte del abordaje integral, que contempla al individuo y sus necesidades desde una mirada más holística y empática.