Ainhoa Rodríguez: «El reto creativo debe estar por encima de la ideología»

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¿Qué tendrá Destello bravío, que encantó a los programadores del Festival de Rotterdam hace un año y medio? Su inclusión en la programación del evento le dio el primer empujón a una película que luego saldría a recorrer los mil y un festivales de cine. En principio, la ópera prima de Ainhoa Rodríguez es realmente inclasificable, un ovni cinematográfico que, a pesar de contar con rasgos inmediatamente reconocibles, se lanza a una aventura narrativa impredecible y sorprendente.

Entrevistado hace algunos meses en estas mismas páginas, Fran Gayo, el curador de Espanoramas –el encuentro con el cine español que llega a las salas porteñas anualmente y donde pudo verse el film–, reflexionaba que “además de ser una obra tan enérgica, tan segura de sí misma, y que en cuanto a referentes parecería saltarse varias décadas de cine español, está el hecho de que literalmente surgió de la nada. Es decir, se trata de una película que un lunes nadie había escuchado hablar de ella y que, de repente, el martes ya sabíamos que había sucedido algo importante, que estábamos encarando a una directora personal, irreductible, furiosa casi, que no pertenecía a ninguna familia ni grupo que la legitimase de entrada”.

Rodada en un pequeño pueblo de Extremadura de apenas 700 habitantes, con actores y, sobre todo, actrices no profesionales de la zona, Destello bravío –que tendrá un estreno online este miércoles 14 en la plataforma MUBI– despliega una trama coral en la cual un grupo de mujeres se encuentra súbitamente ante la posibilidad de explorar nuevos deseos. O bien un deseo antiquísimo, pero sepultado por normas autoimpuestas y ejercidas desde el exterior. ¿Acaso es posible hallar entre rutinas centenarias una vida diferente, más rica y atractiva, libre de condicionamientos? Todo comienza con dos amigas riendo y haciendo tonterías al borde de un acantilado; pero no son Thelma y Louise y el auto detenido no tendrá un destino fatalmente liberador. Una de ellas acaba de abandonar a su marido, un hombre mayor que, desesperado, intentará recuperarla desde las pantallas de televisión. Más tarde, una docena de vecinas se reúne como siempre a merendar y conversar, pero esta vez el concilio deriva en una insospechada orgía de autodescubrimiento. ¿Acaso una fuerza indescriptible, ese “destello” del título, ha comenzado a transmutar el mundo tal y como se lo conocía?

“Para mí el cine es un ejercicio absolutamente lúdico. Algo instintivo, que me sale de las entrañas. Obviamente, llega un momento en el cual tienes que racionalizar, pero suelo dejarme llevar por el instinto”. Las palabras de Ainhoa Rodríguez, en comunicación con Página/12 desde Madrid, abren el juego de una charla sobre los anhelos creativos y el rol de la mujer en la España profunda. “Destello bravío tiene esa pasión de origen, porque además el cine tiene una cosa medio egoísta, de hacerlo por el disfrute, aunque luego la cosa se ponga complicada. Tenía muchas ganas de rodar en un pueblo extremeño, la tierra de mis orígenes. El lugar de origen es siempre un misterio y cuando le sumas a ello la creación artística tienes un doble misterio, que te atrae y lo sigues”.

Respecto de su lugar de nacimiento, la capital española, la novel realizadora tiene algo importante para destacar. “Es todo un tema que mi carnet de identidad diga que nací en Madrid. Mi madre es madrileña y se vino a Madrid desde Extremadura expresamente para tenerme. Pero todo el embarazo fue en Almendralejo, un pueblo grande en la región de Tierra de Barros, que es el área donde rodamos, y luego del parto nos volvimos para allá, donde crecí y me críe”.

Respecto del trabajo creativo junto a un reparto integrado en su totalidad por actores no profesionales (actores “naturales”, según su propia definición), Rodríguez recuerda que ya había trabajado de esa manera en otros proyectos, “en una serie para la televisión. La materia prima que te ofrecen es realmente genuina y ponen toda su vida delante de la cámara. A cualquier locura o disparate le aportan un sentido. Todo esto surgió de unos talleres que hicimos con un grupo de mujeres de la comunidad de Puebla de la Reina, un pueblo de la zona de Tierra de Barros en el cual nunca había estado con anterioridad. Un pueblito muy pequeño en el cual terminamos montando una especie de particular Cinecittà, del cual participó todo el mundo. Es uno de esos lugares habitados por 600, 700 personas. Si hubiéramos elegido un pueblo de unos 2000 habitantes, que es lo más usual, se nos habría ido todo de control, porque lo más importante era establecer una cosa de confianza mutua muy fuerte”.

-¿Cómo fue trabajar con esas mujeres? ¿Cómo definirías el proceso creativo junto a ellas?

-En cada caso particular fue completamente distinto, es un poco adaptarte a ellas. Cuando se trabaja con ‘naturales’, como me gusta llamarlos, es evidente que en mayor o menor medida se interpretarán a sí mismos. Es un poco el viaje contrario al que haces cuando trabajas con profesionales. Es ese caso, ellos vienen hacia ti y tú les entregas el vestido que ya tienes hecho; a partir de ese momento, engordan o adelgazan dependiendo de la situación, para que el traje les quede como un guante. En el caso de los actores naturales tienes que ir con el vestido abierto y lo vas cosiendo y alterando a medida, y toma su tiempo que lo sientan como propio. Hay muchas horas de ensayo, de elaboración, que en cada caso es distinto. Además hay que dejar que ellos y el lugar mismo donde estás filmando atraviesen la película. En Destello bravío hay más de lo que he visto y oído allí con mis propios ojos y oídos que lo ya traía de fábrica. Mucho más. Obviamente, hay ideas mías, que parten de mi subjetividad, pero lo que pude experimentar en el pueblo terminó habitando la película.

-La escena de la merienda es una de las más inolvidables del film, y es evidente que fue todo un desafío. Hay cuestiones de vergüenza, de pudor, que deben haber sido difíciles de atravesar.

-Esa escena no era algo que yo tuviera en la cabeza previamente. En todos los pueblos suele haber una asociación de mujeres, que no es precisamente un reflejo de una idea de feminismo revolucionario (risas). Hacen dulces, cursos, se reúnen. Pero es algo lógico si se piensa que durante el invierno el lugar queda bastante desolado. Esas meriendas, con sus conversaciones y discusiones, las he visto y vivido tal cual en la realidad, pero estando con ellas me di cuenta de que desde allí podía surgir eso que estaba buscando. Una fuerza del deseo, de la fantasía, de los sueños. Porque la película trabaja alrededor de lo oculto, lo que no se ve, pero que es como un volcán a punto de hacer erupción. Una fuerza poderosa y luminosa. Lo que ocurre después de la merienda es una catarsis. La mayoría de las mujeres que participaron en la escena venían de los talleres, por lo que nos conocíamos mucho, pero no podríamos haberla filmado si no construíamos un espacio de seguridad y cariño mutuo. Tenían que sentir que no estaban siendo juzgadas, que ese podía ser un lugar de liberación. Esa fue la clave.

-Tu película es casi lo opuesto a lo que suele llamarse costumbrismo. ¿Hubo espacio para la improvisación durante el rodaje?

-Sabes, es la primera vez que me lo dicen, y creo que tienes algo de razón. Muchos me han dicho que la película combina el costumbrismo con otras cosas. Respecto del guion, en algún momento hay que cerrarlo: el cine es una actividad jerarquizada en cuanto a su organización, hay que controlar tiempos y presupuesto. Por eso en cierto momento las escenas se “cerraron”, pero no lo que ocurría dentro de ellas. Por ejemplo, aunque yo tenía textos guardaditos para mí, no hubo memorización estricta de las líneas de diálogo, aunque sí bastante ensayo previo. Todo tiene un poco de improvisación controlada. En este tipo de rodajes, además, suelen ocurrir cosas inesperadas, y hay que estar abiertos y dejarse sorprender. Hubo escenas reinventadas, otras completamente nuevas que fueron apareciendo, y otras que se cayeron por completo. Puede resultar algo paradójico, pero creo mucho en el trabajo férreo de preproducción, que es la clave que te permite luego poder pivotar. Eso fue muy importante en este caso, tratándose de una producción humilde, que es algo que se suele obviar en las conversaciones pero me gusta destacar. A pesar de esa cualidad, hubo un montón de actores, de localizaciones, de gente que venía de otro sitio. Fue un rodaje con riesgo y podría haber ocurrido una catástrofe mundial en cualquier momento.

-La estructura narrativa del film es muy particular, de viñetas que van sumándose hasta que arman un sentido, y durante la primera media hora es difícil adivinar para dónde van los tiros. ¿Eso fue algo que se fue hallando en el montaje o ya estaba presente desde el papel?

-Destello bravío es todo lo contrario a un relato arbitrario. Las escenas, su orden en la película, todo eso es muy fiel al guion original. La película tiene una estructura muy trabajada: son dos días, con los flash-forwards a la Semana Santa y luego una elipsis en la cual llegamos al tiempo presente. Pero es cierto que esa estructura no es fácil de encasillar, mucho menos dentro de las estructuras clásicas. Y es posible que el espectador tarde un poco en acomodarse. Pero tal vez no deba hacerlo. Un colega argentino, director de cine, me dijo después de verla que lo ideal como espectador es no intentar meterla en la estructura de principio, nudo y desenlace. Eso al comienzo puede generar cierta frustración, pero con suerte luego te dejas llevar. Esa es la idea. Debo decir que, en general, las experiencias en las proyecciones en festivales fueron muy buenas, y las charlas con el público a posteriori muy estimulantes.

-En la historia –en las historias– se mezcla la religión oficial y lo pagano. Incluso la posibilidad de lo fantástico.

-En el origen de la película hay una mezcla de creencias católicas, esoterismo y paganismo. La escena del velatorio con esa mujer, Angelita, que relata un sueño con un dragón, tiene su origen en un casting. Estaba buscando a la actriz que iba a interpretar a esa mujer. La idea del dragón, de subirse a su lomo y salir volando, es una fantasía mía de cuando era niña: salir por la ventana, recorrer mares y montañas volando, y volver a la cama sin que nadie se entere. La idea de la pérdida de la infancia está muy presente en la película como temática. Le conté esa historia a Angelita para que ella la repitiera en la audición. Y lo hizo con una pasión, una entrega tan poderosa, que en cierto momento se le caían los mocos. Me quedé conmovida y no entendía cómo podía darse esa magia, esa conexión. Le pregunté cómo era posible que se hubiera emocionado tanto, y su respuesta fue que ella se imaginaba subiéndose al lomo del dragón sabiendo que en realidad se trataba de un ángel, y que el vuelo la llevaba a su propio concepto del paraíso, donde se reencontraba con sus seres queridos, sus padres. Hermoso. El relato de una niña que no tiene sentimientos religiosos, casi profano, se reconvirtió en una historia profundamente católica. Es como si las dos, ella y yo, estuviéramos hablando al mismo tiempo. Ese es un poco el corazón de Destello bravío.

-Destello bravío es sin duda una película feminista, pero le escapa tanto al dogmatismo como a la corrección política.

 

-El resultado directo de haber hablado sobre feminismo con estas mujeres es la escena de la bruja y María, la viuda. La bruja es uno de los pocos personajes que tiene, a su peculiar modo, algo parecido a una consciencia feminista. La conversación que se da entre ellas es exactamente la misma que he tenido yo con María en la realidad. Conversamos sobre la posición de la mujer, qué significa el hecho de vestirse siempre de negro. Ellas apoyan fuertemente las ideas del feminismo, pero, desde luego, el peso de la tradición es incuestionable. Creo que eso está en la película, y la transformación sólo es posible a partir de una serie de pequeños pasos. En la película, la fuerza transformadora aparece y luego se vuelve al redil, a la rueda de la cotidianeidad. Es muy difícil construir una sociedad feminista, incluso en las grandes ciudades. No tengo claro si el peso de la tradición católica es incluso peor que el neoliberalismo brutal que nos cae sobre las cabezas. En cuanto a lo que dices respecto de los dogmas, creo que la necesidad o el reto creativo debe estar por encima de la ideología, aunque sean indivisibles. Lo más importante para mí era que las mujeres no fueran representadas como víctimas absolutas. El maniqueísmo no nos hace ningún bien en el desarrollo del feminismo. Uno de los personajes claramente no tiene un comportamiento loable: se emborracha, es ordinaria, tiene un marido que tiene toda esa cosa conmovedora del ocaso, como decía Borges, aunque no sabemos cómo era ese hombre en el pasado. Y ella tiene un vínculo sadomasoquista con él. Aún así, con todo eso, lo interesante es que ella es víctima de una estructura patriarcal: no tiene dinero para salir de ese hogar lleno de santas y de vírgenes, que además es la casa de la madre de su marido. Es una mujer sin capacidad de cumplir sus sueños, inmersa en una estructura absolutamente injusta.