En Chile ya no se usará el término «Primera Dama»

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Del otro lado de la cordillera ya no se usará el término «Primera Dama». Chile, hoy, es un hermoso y reciente ejemplo de esa corriente de migraciones que componen y transforman una lengua, y que conforman el vasto territorio del lenguaje inclusivo. Quiero decir que el lenguaje inclusivo es mucho más que el uso de la “e” como letra genérica. Es el lenguaje que nos des-subalterna o des-estereotipa.

Es la lengua migrante y mestiza, descolonializada, la que conquista el lenguaje (el lenguaje es un territorio de disputas, escribí en este mismo diario días atrás). El lenguaje reinventado, animado por voces y palabras que el poder segrega, margina y expulsa, alza la voz y la pluma. Expande sus confines, discute las fronteras.

El lenguaje inclusivo no se agota en la reescritura de las terminaciones y conjugaciones de las palabras, no se reduce a ello. Tiene una potencia inalienable capaz de nombrar lo que aún no tenía nombre, y capaz –a su vez– de discutir los nombres que las hegemonías nos proponen e imponen, que parecen haber nacido con el mundo pero que son creaciones humanas: así de mutantes, frágiles, vivas. Las palabras no son eternas ni incuestionables. Están siempre comenzando.

Sabemos quienes trabajamos con el sufrimiento humano que las nominaciones que el conjunto social nos habilita y ofrece son centrales y definitorias para nuestras identidades, nuestros derechos, y para los trayectos identificatorios con los que armamos la vida. Las nominaciones hacen existir, reconocen existencias, amplian el mundo de lo posible. Sabemos también que todos los regímenes opresores y agentes de exterminios a lo largo de la historia humana no solo han causado genocidios, persecuciones y matanzas sino también quemas de libros, prohibición de saberes, elevando el mandato de silencio a recomendación de “salud”, eufemismo en este país, hace ya algunas décadas, de supervivencia. En este mismo país al sur del continente, hace pocos días, el mandato de silencio no se atreve a tanto pero sí impone restringir, negar, desconocer, deslegitimar lo que en tantas conquistas –en cuanto a derechos– hemos ganado, aun cuando estén inconclusas. La prohibición del uso del lenguaje inclusivo manda a callar a les pibes y docentes, amputa, censura sus decires y saberes. En ese sentido, le otorga a la escuela función perpetuadora de poder, no función creadora de pensamiento crítico.

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Esa prohibición y llamado al silencio no hace otra cosa que visibilizar que las palabras son fruto de luchas, son inestables porque respiran conflictos y agitan disputas, en ocasiones pueden resultar “peligrosas”. Están habitadas por el calor de ese movimiento de mayor potencia revolucionaria hoy: el de los feminismos. Son los feminismos los que reescriben mapas, libros de historia, la lengua y la cultura toda, incluso el psicoanálisis es un campo habitado por esas mismas luchas, revisiones, conflictos y redefiniciones. Son los feminismos los que nos empujan a pensar de nuevo, todo de nuevo.

El uso de la “e” es parte de un proceso más amplio, que implica descentrar el género masculino como faro y parámetro de todo lo que existe. Implica discutir su jerarquía de privilegio y su función desigualante, su valor de punto de vista desde donde se observa y legisla el mundo.

En ese sentido, la decisión del Estado chileno (punto de llegada del acontecimiento político de la revuelta chilena) de suprimir un término de tanta pregnancia social y garante de privilegios, restituye al género femenino su posición en un marco igualitario. Es también el gesto de la mujer que se emancipa de ese privilegio de clase que la ha rescatado del género desigualado al nombrarla Dama, y Primera. En ese mismo gesto se emancipa también de la degradación que la convierte en acompañante y adorno, dama fue –durante siglos– el mejor destino posible para las mujeres. Se emancipa ella y nos emancipa a todxs al discutir el modo en el que el poder históricamente se reparte y se asigna. Porque lo que el lenguaje inclusivo discute, a fin de cuentas, es la distribución del poder.

Un lenguaje sin hablantes que lo encarnen no es otra cosa que Biblia, escritura sagrada. El texto sagrado reclama respeto servil, fidelidad, veneración. Es instrumento de dominio. El lenguaje exclusivo, entonces, no solo es el lenguaje de unos pocos (élite, clase, raza, género particular) sino de esos pocos que sostienen esa posición a partir de la exclusión de les otres.

Les otres: gracias a esa caprichosa “e” viene a decir que el lenguaje nos nombra a todes o no nombra a nadie. La inclusión como política dispuesta a intervenir radicalmente las cosas y los seres. La inclusión que no es regalo, ofrenda, sino derecho que se conquista cada día, todos los días, en las calles y en el lenguaje.

El lenguaje inclusivo se opone, antagoniza con la exclusión. El lenguaje inclusivo combate al lenguaje exclusivo.